El Sabor Mexicano de Pilsen



Pilsen no es precisamente la mejor área de Chicago. Pero tampoco es todo lo contrario. En la Unión Americana he visto lugares y personas que me harían sentir mucho menos seguro que caminar y platicar en una esquina de “Ciudad Neza”.
Las razones son varias. Una de ellas es mi extraña combinación de rasgos físicos que confundirían a cualquiera. Tengo la herencia de una serie de familias totalmente distantes e incluso en México no parezco mexicano, sino más un estilo árabe moreno. Sin la estructura física adecuada para un barrio mexicano, en Pilsen, un lugar en donde eres “mexicano”, blanco o negro, es muy complicado caminar tranquilamente.   
El área de Pilsen es un barrio de una historia cultural arraigada en las comunidades de inmigrantes mexicanos primordialmente, y por esa razón no es un barrio “sencillo”, sus calles y avenidas destilan una fuerte carga emocional. Su gente, la que se topa uno en la calle, habla español como si estuviera en su “pueblo”, muchos de ellos son inmigrantes provenientes de Michoacán, Guerrero o Jalisco, que de alguna forma, como los casí 2 millones de mexicanos que viven en la zona metropolitana de Chicago son motor de la segunda ciudad con más mexicanos fuera de México, tan sólo después de Los Angeles. Pero muchos otros aunque parecen mexicanos no lo son, son mexicano-americano, hispanos o chicanos, o simplemente americanos blancos o negros, que fuera de su apellido “español” han hecho por perder toda conexión con sus raíces mexicanas, no hablan español porque hace mucho tiempo se rehusaron a ello, y su comportamiento y sistema de pensamiento esta fuera de todo costumbrismo arraigado a la frontera sur de su país. 


En Pilsen uno se encuentra la escuela de futbol “Chivas”, la pared pintada con un mural de Jose Manuel Figueroa, mejor conocido como Joan Sebastian, montando a caballo, al lado de un Michael Jordan obra del mismo artista; la panadería con conchas, bolillos y “puerquitos” de piloncillo, una heladería “Michoacana”, las “Carnitas Uruapan”, la estética “unisex”,  y un restaurante de comida “mexicana” en el que se espera que no le sirvan un mojón de crema ácida y aguacate, sobre un taco BBQ en tortilla de harina. En la esquina del Parque Harrison justo frente a la estación Damen de la línea Rosa del CTA, hay un carrito de frutas con mangos enchilados y el único estándar de higiene adicional a cualquier carrito de México es que la señora que atiende usa guantes para cortar y servir.






Los mexicanos han formado parte de la vida del medio oeste de los Estados Unidos durante más de 150 años. La referencia oficial más antigua de los mexicanos data de un censo de 1850 donde se registran al menos 50 personas viviendo en Illinois, aunque a Chicago la mayor parte llegó a partir de la Revolución Mexicana y posteriormente de la Guerra Cristera. Los asentamientos de mexicanos se desarrollaron alrededor de las plantas siderúrgicas, de las fábricas, del ferrocarril y de los rastros. Aunque en la zona sur de Chicago aún quedan algunos vestigios de los vecindarios originales, estos barrios fueron desplazados por el campus de la Universidad de Illinois, los cuales se trasladaron a Cicero, Berwyn, Pilsen y La Villita (Little Village), siendo estas últimas las de mayor arraigo actualmente.
Si se viaja en metro desde el Loop de Chicago hacia Pilsen, a cada estación y mientras más se va acercando el final del viaje, el vagón mismo transforma su interior para dar paso a las pieles morenas, los ojos pequeños, los pómulos pronunciados y los labios gruesos; en contra de los tonos blanco/negro, los huesos grandes, los ojos claros y los dientes bien alineados. La ropa también cambia en su estilo, las botas puntiagudas, los pantalones mal cosidos, mal diseñados y de mezclilla deslavada de la más baja calidad son el vestir común de la mayoría de los “compañeros” de viaje. Para llegar al barrio mexicano de Pilsen se debe tomar la Línea Rosa desde el Loop con dirección a 54/Cenmark y descender en la estación Damen o por igual en la 18th Street, que es sólo un rodeo al Parque Harrison, justo esta última estación es un mini museo de colores e imágenes mexicanas muy bien logradas, los azules turquesa se envuelven en calaveras y motivos prehispánicos sobre fondos rosas, rojos y amarillos, en cada pared y escalón existe un porque para recordar el lugar de donde proviene la mayoría de quienes llegan al lugar. Un novillero tirado al suelo frente al toro da una bienvenida especial al visitante, como si de un mensaje de aviso se tratara, por si acaso tu intención es buscar suerte en el barrio para evitar el regreso al amado México. Lo que te espera es eso, enfrentarte a un bravo animal que no entiende que demonios haces ahí y está listo para terminar contigo. 






Viajo a Pilsen cada año porque siempre hay algo interesante que ver en el National Museum of Mexican Art que cumple 25 años y que dirige su fundador mismo, un estadounidense nacido de padres mexicanos, Carlos Tortolero, con quien alguna vez tuve el placer de platicar sobre el proyecto cultural en Cancún “Divertimento”. No tengo ya contacto con Tortolero pero yo continuo visitando el museo con el mismo gusto de años anteriores, este año para ver la obra de la pintora mexicana Carmen Parra y ver que más de nuevo tienen en otras salas, y recorrer nuevamente los Felguerez, los Carbonera y los Gerzo de su colección permanente, en la cual descubrí esta ocasión el trabajo del zacatecano Alejandro Nava y del oaxaqueño Rodolfo Morales, así como un par de interesantes pinturas de la texana chicana Carmen Lomas Garza. Este verano montaron “Historias de la Identidad Mexicana” que recibe al espectador con un monumental de Jesus Enrique Helguera, “Dos experiencias y una identidad” del originario de Michoacán y egresado de la Escuela de Arte del Instituto de Chicago, además de una sala titulada “The House of Mango Street” dedicada a la obra literaria de Sandra Cisneros.
Siempre es interesante visitar este museo por la obra, porque siempre se empeñan en tener una muy buena museografía, pero tambien porque caminar Pilsen aunque sea unas cuadras, o cruzar el Parque Harrison tiene su chispa particular. Al salir del museo pare por unos tacos de carnitas y después por una concha de vainilla. Hay una tienda interesantísima de antiguedades y de chunches abandonadas, el lugar es un tanto sucio, lúgubre y atiborrado de objetos inservibles. Fue una lástima no encontrarlo abierto este año.

Rafael Coronel

Manuel Felguerez




Carmen Lomas Garza

Carlee Fernandez

Grabados de Rene Arceo

Rene Arceo

Rene Arceo

Rodolfo Morales

Alejandro Nava

Jesús Helguera

Comentarios